*La siguiente es una historia demasiado ficticia para ser verdad. La escribí hace años, y mi últimamente ánimo pelotero ha hecho que le de un espacio en este humilde blog. Cualquier persona que me conozca y sepa algo de fútbol sabrá de inmediato lo falsa (pero a la vez sincera) que es esta historia. La canción del final se llama Querido barrio de Los Hermanos brothers, la cual me recuerda toda época mejor (el que termine de leer esta historia la entenderá). Las imágenes de fondo es el momento más triste de la serie Misterio.
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El fútbol duele porque pega duro. Todos se ilusionan cuando juega la selección pero siempre nos ganan. Brasil, por ejemplo, siempre nos la hace. Mi abuelo lo sabía, pero igual le iba a Perú.
- ¿Por qué te pones la bincha, papito? La última vez me dijiste que era para mariquitas.
- No pues, Lalito. Esta vez Perú de hecho gana. Además, no voy a ponerme la camiseta sin bincha, pues.
No me gustaba cuando Perú jugaba. Como siempre perdía, mi abuelo terminaba molesto. Aquella tarde jugaba contra Brasil. Mi abuelo se sentó en el sofá, con su bincha que decía “Te amo Perú” y su camiseta del Municipal porque no le alcanzaba para comprar una oficial de Perú.
- Ya anda a hacer tu tarea, Lalito. –me decía y cambiaba de canal sin consultarme.
- Ya la hice. ¿Quieres verla?
- No, no. Te creo. Entonces puedes ver el fútbol conmigo.
- Pero Perú siempre pierde, papito.
- Carajo, Lalo. Tú siempre tan negativo. Perú no va a perder. Si no la hacemos con este equipazo que tiene, no la hacemos nunca. –dijo riéndose-. Además el técnico es de Brasil.
A mi me gustaba el fútbol, tengo todos los álbumes de figuritas de los Mundiales y Copas América, pero la selección nunca ganaba. Además, ese brasileño dientón del técnico no sabía nada de fútbol.
- Papito, cuando sea grande voy a ser entrenador de fútbol y voy a llevar a Perú al Mundial.
Mi abuelo empezó a reír a carcajadas.
- No seas canalla, pues Lalito. Si tú entrenas a la selección, el Perú se va a la mierda. –y seguía riéndose muy fuerte, luego al ver mi rostro triste me revolvía los cabellos.
Veinticinco minutos y Perú ya perdía uno a cero. Mi abuelo ya estaba enojado. Se había quitado la camiseta del Municipal debido al sudor. Ahora veía el partido en bividí.
- ¡Cristina! ¡Mi cerveza!
- Ya va, Teódulo.
- Tu abuela está cada vez más caduca, hijo.
Mi abuela entró a la sala. Le dejó una lata de cerveza en la mesita a mi abuelo y a mí, que estaba tirado en el piso, me dio una gaseosa y un beso en la frente.
El partido estaba aburrido. Ese Prieto y el otro al que le dicen “la Mecha” eran un par de malos. Incluso había escuchado que andaban en unos líos con unas vedettes. Mi pobre abuela, que se había quedado con nosotros en la sala, se estaba quedando dormida cuando Brasil metió otro gol. Yo me entristecí, pero para mi abuelo aquel gol fue como si le hubieran dado una noticia gravísima. Dio una patada en el piso y soltó una palabrota que sacó a mi abuela de su sueño.
- ¿Qué pasó? ¿Gol?
- Gol de Brasil, pues, Gorda. Si esos delanteros peruanos no le hacen gol ni al arco iris. Y ese arquero hijo de la jijuna, cacaceno que le dicen “el Pulpo”, no agarra ni a su costilla. Deberían de decirle “el Manco”. ¡Huevón de mierda, ahí!
- ¡Teódulo, por favor! –lo regañó mi abuela señalándome con las cejas.
Justo acabó el primer tiempo. Mi abuelo estaba empapado en sudor. Se tomó la cerveza que quedaba de un solo trago y se fue a lavar la cara. Yo permanecí callado. Volvió sin la bincha, pero con el optimismo del principio. Empezó el segundo tiempo.
- Ahora van a ver esos brasileños... –decía para sí mismo.
- Papito, ¿tú crees que aún podamos...? –pero no pude terminar la pregunta porque “el ciempiés” Hernández acababa de meterde cabeza un gol para Perú.
- ¡Goool! –gritamos al mismo tiempo.
No lo festejamos, aunque nos llenamos de ilusión, como cada vez que Perú hace un gol así vaya perdiendo por diez. Mi abuela ni se enteró del gol porque seguía durmiendo.
- ¡Vamos, carajo! –intentaba animar mi abuelo.
- Sí podemos, papito, faltan más de cuarenta minutos.
- Ajá, pero Perú juega bien solamente cinco.
El partido avanzaba y Perú jugaba mejor que bien. Incluso Prieto y “la Mecha”. No pasó mucho para que Perú empatara. Fue ese morenito Gálvez, apodado “la Matraca”. Esta vez, mi abuelo y yo lo festejamos a gritos. Mi abuela despertó por la bulla, nos miró saltando y gritando y volvió a dormirse. Mi abuelo me cargó tan alto que casi golpea mi cabeza contra el techo.
- Te dije que les ganábamos. –me dijo con una alegría que nunca había visto en él.
- Pero va a dos a dos, papito.
- No seas pesimista, carajo. Ahorita les volteamos el partido. Si ganamos te llevo a los juegos mecánicos.
- ¿De veras, papito? –dije entusiasmado-. ¿Y te vas a subir a los juegos conmigo?
- Me subo, Lalo. Aunque me saque la mierda, me subo.
Mi abuelo estaba emocionadísimo. Se volvió a poner la bincha. Sin embargo, la alegría no duró mucho, pues “Cañita” Luján cometió una falta dentro del área. ¡Qué mala suerte! Cuando parecía que Perú podía ganar, Brasil patearía un penal. Mi abuelo ya no me llevaría a los juegos mecánicos y Perú perdería otra vez. Mi abuelo molesto y yo triste.
- Técnico de mierda. Debieron hacer la trampa del “off-side” y ese “Cañita” que le pega a todo, también.
- Padre nuestro, que estás en los cielos... –empecé a decir, arrodillándome en el suelo y cerrando los ojos.
- ¿Qué estás haciendo?
- Rezando, papito. A lo mejor así Dios se acuerda de nosotros y hace que “el Pulpo” se tape el penal.
- No seas cojudo, pues Lalo. Si Dios se acordara del Perú, ya habríamos clasificado al Mundial hace tiempo.
- Pero nada perdemos intentando. Diosito te prometo que ya no me voy a portar mal, que voy a hacer todas mis tareas...
- Ya cállate, Lalo, que ya va a patear.
- ... que voy a hacerles caso a mis abuelos...
- Vamos “Pulpo” no me decepciones.
- ... que no voy a decir malas palabras...
- ¡Se lo tapó! ¡El muy hijo de su madre del “Pulpo” se lo tapó!
Mi abuelo lanzaba groserías al aire, dándole gracias a las estrellas, a Dios y a mis papis en el cielo.
- ¡Qué te dije, papito! ¡Dios se iba a acordar de los peruanos si le rezábamos!
- Cállate Lalo y sigue rezando para que Perú gane.
- ¡Ya! Dios... este... te prometo que iré a misa los domingos...
- Faltan tres minutos para que acabe. –dijo mi abuelo con preocupación-. ¡Hey! ¡Falta! ¡Sí! ¡La cobró el árbitro! ¡Acá viene el gol, Lalo! Reza para que “Tucutín” Sánchez meta el gol de tiro libre.
- Papito, ya no se me ocurre nada que prometerle a Dios.
Mi abuelo, que ya se había vuelto a poner su camiseta del Municipal, me miró impaciente. Luego, como si fuera un niño nuevamente, se arrodilló junto a mí.
- Este... Dios... ya pues, inspira a “Tucutín”... te prometo que voy a ser mejor abuelo... mira que si hace gol estamos a un paso del Mundial.
- Dile que vas a ser menos tacaño, papito.
- Carajo, Lalo, estoy hablando con Dios. Este... te prometo que voy a ir a misa y... ¡Hey, carajo! ¡Esa barrera está muy adelante!
- ¡Papito!
- Ya, ya. Te prometo que voy a pagar las cuentas, pues. Incluso a los delincuentes, estafadores y usureros de la luz, hijos de la...
- Papito, ya va a patear “Tucutín”.
- Te prometo que ya no le voy a gritar a la gorda, digo a Cristina.
- ¡Ya pateó! ¡Parece un buen tiro!
- Tengo un terrenito en Huaycán, es tuyo, Dios.
- Palo. –dije lenta y tristemente-. Chocó en el palo, papito.
- ¡Ya pues Dios! Pudiste hacer feliz al Perú. Nadie se lo merece más que los perua...
- ¡Espera, papito! ¡”El Ciempiés” Hernández va a patear el robote! ¡Gol! ¡Gooool, papito!
No pude contenerme y me lancé sobre mi abuelo, que aún no creía que le hubiéramos ganado a Brasil y trataba de ponerse de pie.
- ¡Ganamos! ¡Y acabó el partido! ¡No soy maricón, pero cuando vea al “Ciempiés” lo beso, carajo, lo beso!
Mi abuelo se puso de pie conmigo colgado de su cuello. Gritaba y saltaba como un chiquillo. Yo saltaba con él y hasta lloramos de tanta alegría.
-¿Por qué tanto escándalo, Teódulo? –despertó mi abuela.
Mi abuelo no le dijo nada, se acercó a ella y le dio un beso. Luego seguimos festejando y abrazándonos. Mi abuela, por su cara, creo que no entendía porqué estábamos tan contentos, pero igual se unió a nosotros y empezó a saltar.
- ¿Me vas a llevar a los juego mecánicos, papito?
- ¡Te voy a llevar a Disneylandia!
Y lo abracé más fuerte que nunca. No me llevó a Disneylandia, claro, pero la pasamos muy bien en los juegos de la feria. Mi abuelo se subió a todos conmigo; parecía un niño. Nunca lo ví tan feliz. Incluso cuando Perú perdió los dos siguientes partidos contra Argentina y Uruguay y nos eliminaron del Mundial, el solo hecho de acordarse de aquel partido histórico contra Brasil hacía que mi abuelo fuera feliz nuevamente y recordara esa época tal vez mejor.
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