jueves, 5 de marzo de 2009

Buena chica

Hace unas semanas conversaba con un cofrade acerca de un post anterior de esta humilde, tediosa y poco fashion bitácora. En aquel desafortunado relato, este humilde, tedioso y poco fashion blogger había sido puteado por una muchacha. Eso sirvió para que ambos recordemos la primera vez que una mujer nos puteó. Su historia era simple: fue puteado por huevón y mal hombre. En mi caso, la primera vez que me sentí puteado no fue con palabras.
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Es una historia complicada. Digna de este malodramático espacio 'webero'. Conocí a M (dejémoslo en iniciales) hace ya bastante tiempo. Salía yo de una terrible decepción amorosa, de esos amoríos adolescentes que te joden toda la vida, y fui a una fiesta porque se celebraba el cumpleaños de un amigo cercano. Llegué a propósito tarde, saludé al cumpleañero, y al inspeccionar el lugar con la mirada, vi en una esquina a una muchacha, cabello castaño y liso, ojos pardos, labios rosados que dibujaban una bonita y media burlona sonrisa. Me llamó la atención, pero no me acerqué. No tenía ánimos y nunca he sido bueno para ese asunto tedioso de 'sacar plan'.
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Ya entrada la fiesta, y transcurridos los tragos, me animé a sacarla a bailar y me rechazó, con ese encanto tan particular que tienen las mujeres para dar malas noticias. No me amilané y bailé con una amiga suya. Me quedé conversando con ella y al poco rato me presentó oficialmente a M. Se creó una química inesperada e instantánea y no nos despegamos el resto de la reunión. Al final de la noche, cuando nos despedimos, no teníamos nada más que nuestros nombres. Pensé en ella buena parte de lo que quedaba de la velada, de regreso a mi casa y mientras esperaba al sueño tirado en mi cama.
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Al día siguiente, por primera vez el destino se hizo una. Iba caminando por la avenida La Marina, muy consciente de que ella me había comentado que vivía por ahí. Iba con un amigo rumbo a su instituto de inglés. Ese día la casualidad buscada funcionó. En uno de los paraderos vimos a una chica en minifalda, la cual activó nuestro sistema carnal. Recién cuando estuve a diez metros de la chica noté que se trataba de M. Miré a mi amigo y este no dejaba de mirarla, calibrándola con ojos expertos. Pero sus ojos se entreabrieron más cuando vio que me acercaba a la susodicha en un ataque de osadía. M, ¿cómo estás? Se sobresaltó un poco y se me quedó viendo con los ojos muy abiertos. Hasta ahora no puedo descifrar si su expresión era de sorpresa o estaba haciendo un esfuerzo olímpico por saber quién era. No me di tiempo a entenderlo. Soy Eduardo, nos conocimos en la fiesta... Claro, Eduardo, solo que me parece raro que nos encontremos, me interrumpió. Al ver que me reconocía mandé elegantemente a mi amigo a la mierda (se te debe estar haciendo tarde para tu clase) y me quedé con M. Se fue medio asado, yo muy consciente que M sería la protagonista de sus sueños más viles esa noche. M y yo conversamos solo un rato y acordamos vernos algún día. Me despedí de ella sintiendo que todo había sido una formalidad, que nunca nos veríamos de nuevo. Ni siquiera me había reconocido, qué huevón...
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Pasaron varios días, yo sumido en la miseria, por el ex amor adolescente y la ilusión efímera de un nuevo rumbo, hasta que una noche vi una invitación de M para unirme a su Hi5, invitación que venía acompañada de un mensaje. Le respondí encantado, pues no contaba con volver a saber de ella. Transcurrieron las pláticas por Msn un par de meses y nos hicimos muy cercanos. Quedamos en vernos muchas veces pero siempre algo sucedía y nos obligaba a cambiar de planes.
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Además, poco después, me mudé y mi nueva casa no tenía teléfono, ni cable, ni internet. Pasó tiempo sin que me comunicara con M. Un día, desde una cabina, encontré a M en el Msn. La saludé entusiasmado, pero ella me respondió con otro de los encantos malignos de las mujeres: la indiferencia. Casi no me habló y se despidió con un seco 'chau'. Aún sin comprender muy bien porque se comportaba de esa manera, entré a su Hi5 y encontré un texto. Algo sobre un tipo, y lo mucho que lo quiso, y que no quería estar así, pero otra vez había caído... En fin, una exposición de sentimientos que pocas a veces había leído. No sé si logré captar todo el texto, pero logré identificarme con M, pude sentir lo que sentía, y entonces me sentí conectado a ella. Pasó de ser simplemente M a ser Demonios, M. No esperé más y la llamé. Inmediatamente se disculpó por haberse desquitado conmigo. Ya calmados hablamos de la universidad, la vida, los compromisos... Qué bonita voz tiene...
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Luego de esa conversación y de lo escrito por ella, tenía que verla. Así que ideé un plan espeluznante, con el que me sentí un acosador, un obsesionado, un hombre desesperado. Al otro día fui al mismo paradero de La Marina donde la había visto en minifalda. Sabía a qué hora tomaba su carro para ir a clases y aguardé, como un tiburón a la espera de una sirena, para encontrar una nueva casualidad. Sin embargo, extraviado en la estratósfera de la obsesión y el amor repentino, olvidé algo tan terrenal como los imprevistos. A lo mejor no iba a clases, quizás me había equivocado de hora, o de día... Pero después de un momento vi por fin a M dirigiéndose a toda prisa al paradero, así que retomé el plan. Miré la pista y ahí estaba una JV. Seguramente una cuadra más allá M tomaría ese carro. ¿Qué hacer? Lo que nunca hago: seguir mi instinto. Subí a la JV con la esperanza que M subiera al siguiente paradero.
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Y claro, como cuando se trataba de M todo resultaba, hasta los planes desesperados, ella subió al carro. Pasó a mi lado para sentarse casi al fondo. ¿M realmente creería que se trataba de una nueva coincidencia? Me asomé de reojo para localizarla al fondo del carro. Tuve un arrebato por ir hacia la puerta y bajarme, pero otra vez hice lo contrario a lo que usualmente hago: volví a seguir mi instinto. Avancé hacia el final del carro y me senté en un asiento al lado de M. Otra vez nos vemos... Esta vez me reconoció al instante, abrió muchos los ojos y me sonrió (demonios, la adoraba). ¿Qué haces en este carro?, me preguntó. No supe qué decir, así que hice lo que cualquier macho aguerrido, que muere en su ley, haría. Me inventé una tía que vivía casualmente cerca de su universidad, lo que me dio la excusa perfecta para acompañarla buen rato en la JV. Estaba más linda de lo que la recordaba. Yo calculaba cada palabra que diría y la veía con ojos codiciosos. Ella bajó en su universidad y yo al siguiente paradero para tomar la JV de regreso. Ese día quedamos para vernos en su universidad al siguiente jueves y almorzar juntos.
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Flotando en mi nube esperé ese día. Llegué temprano a la universidad de M. Su facultad era una de las primeras entrando. Caminaba por los pasillos dirigiéndome al baño y preguntándome en qué salón estaría M, cuando por mi lado pasó una chica y se metió al baño al que yo me dirigía. Me quedé paralizado, (tal vez en esta facultad las chicas usan el baño de hombres...). Me aventuré y entré. Ahí estaba, por supuesto, M lavándose la cara. La saludé casualmente. Otra vez me analizó con la mirada como intentado reconocerme. ¡Eduardo!, ¿qué haces acá? Quedamos en encontrarnos, le respondí. Sí, ¿pero en el baño...?, me dijo. M, estás en el baño de hombres... Entonces su mirada recorrió el lugar donde se encontraba. Noté algo de rubor en sus mejillas, luego me sonrió. Sí, me refería a que habíamos quedado en la puerta de la universidad. Espérame un rato, me dijo y escapó del baño. No sabía si quedarme ahí o salir. Opté por esperarla en la puerta del baño. A los dos minutos, M salió de una de las aulas al inicio del pasillo. Como perro con seis colas fui a su encuentro.
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Yo esperaba ansioso poder tener un momento a solas con ella para acercarme, preguntarle cosas más personales, para hablarle un poco, tal vez intentar enamorarla... Fuimos a un restaurante al frente de su universidad y ahí estaban unos amigos de M. Muy linda me los presentó. Almorzábamos inocentemente hasta que uno de los chicos pidió dos cervezas. En eso llegaron dos chicas, amigas de ellos, que pidieron dos más. Envuelto en esa atmósfera, y a pesar que ahora estaba rodeado de bastante gente, empecé a acercarme más a M.
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No sé cómo, todos terminamos en la casa de uno de los patas de M bebiendo. No me despegaba de M y ella parecía contenta con mi cercanía. Estábamos sentados en el mismo sillón, mi brazo rodeaba sus hombros. Éramos pocos, pero algunos bailaban. Una de las amigas de M me sacó a bailar y se me pegaba mucho (Manya, a lo mejor le entra al cuento). Justo M se acercó y me apartó de su amiga. Luego me hizo una pregunta que jamás olvidaré: ¿Me acompañas a comprar puchos? Saboreé sus palabras y acepté. Ya pues...
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Salimos y caminamos hasta una bodega al final de la calle. M había olvidado que tenía clases y se entregaba al momento etílico. Luego de comprar cigarros, me distraje por un momento. Después volteé a ver a M, pero ella ya estaba fuera de la tienda, pucho en mano, viendo aparentemente el vacío en esa media tarde. La alcancé y vi que a unos metros, una pareja dándose demostraciones de afecto en plena vía pública era la que captaba su atención. No supe qué decir y el silencio se hizo incómodo. Yo alternaba mi mirada de la pareja a M, hasta que por fin ella silenció al silencio mismo y dijo al aire Parece tan fácil...
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Moví los labios buscando palabras, pero no salió ninguna. Puse una mano en su espalda, se volvió y me abrazó. Me rodeó con sus lindos y largos brazos y descansó su cabeza sobre mi hombro. Luego, con sus labios tan cerca de mis oídos comenzó a hablarme, esas frases de desfogue, las cuales solo quieres expulsar pero que no buscan respuesta. Me narraba pasajes de su vida, muchas veces sin coherencia. La escuchaba encantado y, aún sin entender del todo, sentí el afán de protegerla. Abrazados, ante un universo de preguntas, le hice la única que parecía pertinente en ese momento y l único que seguía rondando en mi cabeza: M, ¿qué demonios hacías en el baño de hombres? Sacó su cabeza de mi hombro, me miró y se permitió sonreír. Estuve pensando en... cosas... durante la clase, y no pude más y salí. Y lo del baño de hombres... me dio igual entrar a cualquier baño, a esa hora todos están en clases. Estabas llorando, le dije. Al parecer no se esperaba esa afirmación. Estuvo a punto de decir algo, pero se compuso rápidamente y otra vez su rostro dibujo una sonrisa. Me dio un beso en la mejilla y volvió a refugiarse en mi hombro.
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Nos sentamos juntos y permanecimos tomados de la mano durante lo que quedaba de la reunión. Después de un rato, los cuerpos derrotados por el alcohol yacían en los muebles. M dormía apacible y perfecta sobre mi hombro y nuestras manos seguían entrelazadas. Traté de adivinar qué estaría soñando. Pero ya era tarde, así que la desperté suavemente. Me miró media desorientada e inmediatamente sonrió. Hasta con la cara somnolienta lucía linda. Medios ebrios nos paramos y le dijimos al dueño de la casa, que estaba tirado en uno de los sofás, que ya nos íbamos (aunque poco le importó).
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Caminamos por la calle agarrados de la mano. Nos subimos a una combi y nos apoderamos del asiento trasero. Ella iba con su cabeza recostada sobre mi hombro. Otra vez me decía cosas que me cuesta recordar pues en ese momento no las entendía. Yo también le enumeraba al oído sus virtudes, envenenándole el alma con palabras dulces. La acompañé a su casa y, aún medio ebrios, nos quedamos en su puerta. Rendido ante ella me sentí dispuesto a dejar atrás los fantasmas de la desilusión y envolverme en M. Tenía un brazo alrededor de su cintura y el otro acariciaba su cuello. Bajo el cielo de esa noche oscura, M y yo juntamos frentes y rosamos nuestras narices. En eso sonrió coquetamente. Me miró, mordiéndose el labio inferior sin dejar de sonreír, y rozó mis labios con sus dedos por un segundo. Sus labios desviaron su dirección hacia mi mejilla. Fue un lindo día, Eduardo. Hablamos mañana, me dijo con acento etílico.
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Como dirían, me dejó en 'pindinga'. M, aún con la sonrisa de niña que acababa de hacer una travesura, entró a su casa. Seguimos viéndonos, pero no hablábamos de aquella noche a pesar que casi todos los días conversábamos. A veces íbamos al cine o a tomar un café o solo a caminar. Si ella tenía una fiesta, me pedía que la acompañara, si yo era el de la fiesta, ella iba conmigo. Muchas veces andábamos tomados de la mano o abrazados. En ocasiones, asumía el riesgoso intento de acercarme más de lo debido, pero siempre la misma mirada coqueta y sus dedos (también coquetos) se interponían.
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Fue un día que regresábamos de una fiesta en que nuestra relación cambió. Estuvimos inseparables toda la fiesta. Luego, llegamos a la puerta de su casa y nos sentamos en la vereda con los dedos de las manos entrelazados. Otra vez nos endulzábamos los oídos con palabras de cariño y vivimos el amanecer desde esa vereda. Sin saber cómo, después de un momento, tenía su mejilla junto a la mía y entonces mi miró como solo ella sabía hacerlo. Esta vez su rostro no mostraba una sonrisa, sino ternura.
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Cada segundo que pasaba nuestros rostros se acercaban. Exploré la geografía de su rostro con la mirada y pude verme reflejado en ella. Sentí que la quería, que todo lo que sabía sobre la belleza era mentira y ella era lo único cierto. Que ella era la parte de mí que no conocía, que éramos uno. Sin embargo, mientras la admiraba, un sentimiento repentino cruzó mi mente y, sin poder explicarlo, supe que no la podría querer más. Sentí que la adoraba en ese momento, pero que me gustaba más estar con ella que ella misma... Vi lo tansparente de su alma a través de sus ojos, y aunque fumaba, tomaba y decía lisuras, noté lo inocente que era. Cruzaron por mi mente las chicas con las que había salido, entre ellas ese amor adolescente que en ese momento parecía lejano, y no quise hacerle eso a M. Esta vez mis labios se desviaron.
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Aquella noche, con cara clara de confusión, M entró a su casa. Quise hablar con ella e intentar explicarle algo que ni yo mismo entedía. M ya no parecía estar ahí. Desapareció del Messenger, me eliminó de su Hi5, no respondió el teléfono. Me lo merecía, por su puesto. La verdad es que no volví a verla en mucho tiempo. Traté de ubicarla, incluso la busqué a su casa, y nada. Nunca estaba, nunca me habló.
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Supe de ella hace más o menos un año. Caminaba otra vez por la avenida La Marina sin ninguna ilusión de toparme con M. Pero un día Iba yo por su calle, recordándola, cuando ella apareció como de la nada. Nuestras miradas se cruzaron unos segundos, y luego me ignoró. Pasó por mi lado sin dirigirme la palabra. Empecé a llamarla, la seguí un buen trecho hasta la puerta de su casa, esperando que me escuchara aunque sea un momento. Antes de entrar en su casa, volteó. Tuve ganas de acercarme, abrazarla, decirle muchas cosas, ser participe de sus inquietudes y penas, compartir sus nuevas alegrías y locuras, caminar con ella y mis pensamientos y no hacer mas que mirarnos y encontrarme a mi mismo... Pero me mantuve calmado, sabiendo que era mucho más importante parecerlo que estarlo. Otra vez, de solo verla, ninguna palabra salió de mi boca. M, en cambio, se mordió el labio inferior, como tantas veces la había visto hacerlo. Sin embargo esta vez no se dibujaba una sonrisa coqueta en su rostro, ni sus ojos irradiaban ese brillo que antes emitía. Logré observar en sus ojos un desprecio mezclado con compasión. Vi en esas lagunas cuanto la había dañado y me sentí mal. Sabía que cualquier cosa que dijera solo empeoraría su concepto de mí. Pude sentirla, era como yo me había sentido muchas veces y no pude más que odiarme. A lo mejor entendió mi silencio. Jamás lo supe. Ojalá nunca te hubiera encontrado, fue lo único que dijo, cruzó la puerta y la cerró.
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Cada vez que pasó por su calle la recuerdo, a veces me parece verla, pero solo es mi imaginación. La extraño, sí. Un par de veces más quise saber de ella y no obtuve respuesta. Han pasado ya dos años y la recuerdo casi todos los días. A veces entro a su Hi5 buscando un texto que me cautive o una foto que me permita recordarla. ¿Por qué recordar ahora esta historia? Una invitación acompañada de un mensaje apareció en mi cuenta de Facebook esta semana. Nos volvemos a encontrar...

Dejo un pack de Los Secretos porque M me los presentó. La canción que me recuerda a ella y su preferida. La primera en un cover de Wicho García de Mar de Copas.


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