lunes, 23 de agosto de 2010

A las mujeres les gusta el golpe (Parte II)

Caso 2
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Era un día ocioso y me distraía jugando póker en línea. En eso, mi messenger retumbó. Era una vieja amiga. A decir verdad, "amiga" seria un término muy amplio para ella. Era una conocida, con la que alguna vez llevé un curso en la universidad. No estaba acostumbrado a hablar con ella, ni por el messenger ni en persona. La agregué una sola vez por una cuestión académica. Respondí su entusiasta saludo con un seco Hola. Ella no se amilanó y siguió con nuestra “conversación”. Sus preguntas eran largas. Yo le respondía con monosílabos, aún tratando de adivinar qué era lo que realmente quería. No me atrevía a preguntarle algo, pero parecía no hacer falta. Ella se preguntaba y se respondía sola. En cinco minutos ya sabía qué había sido de su vida en los últimos tres años, casi el periodo que no sabíamos nada el uno del otro. Había puntualizado todos los aspectos, excepto uno, que sé que lo dejó a propósito para el final.

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— Y así, pues. ¡Ah! No sabes. Terminé con mi enamorado. Ese con el que tenía cinco años. Lo recuerdas, ¿no? Al final, pucha, bueno, no funcionó. Ya le había aguantado bastante, también.
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— Manya, qué pena —le dije sin saber que ella tuviera enamorado.
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— Sí. Era un pendejo. Varias veces lo pesqué. Pero una tiene su límite, pues. ¿No has visto mi nick?
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— Sí, claro —le respondí, mientras recién le prestaba atención a su nick. En este se leía un coqueto Segundo día de libertad jijiji y un acumulado de caritas felices, avergonzadas, rosas y corazones.
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— ¿Ves? Es cuestión de seguir rápido. Por gusto me iba a quedar pensando en ese huevón.
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— Sí, pues.
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— Además de eso, era muy celoso. Me llamaba todo el día. Cuando yo era la que debía ponerme celosa de él. Y luego venía con su carita de yo no fui… Yo ya no estoy para eso, Eduardo.
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— Claro que no.
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— Solo sabía irse a chupar. Siempre me inventaba excusas y luego, cuando hablábamos, se le oía y olía que había tomado. ¿Y quién sabe que más haría? Fácil se iba de putas. Disculpa, Eduardo, ni sé por qué te cuento todo esto…
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— No te preocupes.
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— ¿Y tú cómo vas? Supongo que muy bien…
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— Sí, me va bien.
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— Claro. Tú no eres como ese huevas que solo sabía irse a pendejear.
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— Ajá.
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— Oye, ¿por qué no nos vamos a tomar un café algún día de estos?
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— ¿Cómo?
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— Claro, podemos conversar largo y tendido más tranquilos.
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— Bueno... No sé si pueda —le dije con genuino espanto. No me imaginaba entablando una conversación y mucho menos tomando un café con alguien que no veía hace tanto y a la que apenas recordaba.
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— Anda. ¿Hace cuánto no nos vemos? Además nos podemos poner al día de muchas cosas. No te vas a arrepentir.
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Tras esas últimas palabras, lo medité buen rato. A veces sufro de ese síntoma del que a veces padecemos la mayoría de los hombres. Ese en el que supones que cualquier cosa que te dice una mujer es un código camuflado que esconde coquetería. Chucha, a lo mejor la comadre le entra al cuento, recuerdo que pensé. También hice un esfuerzo por recordar la última vez que la había visto. Tenía ojos grandes, oscuros, cabello lacio, una sonrisa cálida... Puede ser, pensé, razonando más con el instinto viril —huevos— que con la razón.
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— Puede ser —le dije.
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— Perfecto. ¿Qué te parece el domingo?
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— No. Trabajo.
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— ...conozco un café bonito por mi casa. O también podemos ir al cine, tenemos tanto de qué conversar...
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— Ese día no puedo...
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— Me muero por ver una peli gringa que recién ha salido. Bueno salió hace tiempo, hasta ganó un Oscar, pero acá recién llega...
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— Yo puedo el viernes...
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— Sí, ah… ¿domingo no puedes?
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— No. Trabajo.
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— Ya pues, viernes. Mejor, creo que ese día hay descuento en el cine, aunque ahí no vamos a poder conversar... Lo del café puede ser.
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— Sí, pues. —fue lo último que recuerdo le dije. Ella siguió enumerando posibles destinos de encuentro y temas pendientes entre nosotros. Yo solo podía pensar en que la había cagado. Pero bueno, si cuando creía haber hecho algo bien y de la manera correcta no llegaba a ningún sitio, a lo mejor de un tremendo cagadón podía surgir algo positivo. En verdad esperaba que fuera lo último, pero sinceramente lo dudaba.

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Llegó el viernes sin demasiada expectativa. Traté de convencerme de que iba a pasarla bien. Que la muchacha universitaria se insinuaría y le entraría al cuento, como lo había imaginado cuando le di el “sí” fulminador. No era suficiente. Era más que un hecho que eso no sucedería, más aún con la bendita suerte con la que convivo. Llamé temprano a la mayoría de personas que suelo contactar en mis días libres, a ver si salía algo más interesante. (Ir al cine con alguna amiga con la que sí me divirtiera, un póker con la gente del daño, unas chelas con el ‘Feo’, el 'Badboy', el 'Rey' o algún otro incauto, alguna tocada de algún grupo X, un café con algún pata o alguna amiga, una pichanguita improvisada, etc.) Agoté las posibilidades y nada. Hasta llamé al trabajo a ver si todo andaba bien y no necesitaban manos.
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Me tomaba un Red Bull con la intención de agarrar moral, cuando mi celular vibró. Eduardo! Llámame, dictaba el mensaje. Era de la susodicha. Supuse que el número del que me mensajeó era su celular. Obedientemente la llamé.
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— ¿Hola? —pregunté.
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— ¡Eduardo! Oye aún no sale de tu casa, ¿no?
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— No —le respondí, mientras verificaba que faltaban unas cuatro horas para la hora que habíamos acordado. A menos que viviera por alguna cordillera andina, estaba a tiempo.
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— No sabes, me llamó mi novio, bueno, mi ex. Dice que quiere hablar conmigo...
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— Mira tú...
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— Pero quiere que sea hoy... no creo que me pueda reunir contigo.
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— Ahhh, qué pena —repliqué en un maquillado esfuerzo por sonar honesto.
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— ¡Discúlpame!
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— No hay problema.
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— Aún no me dice la hora, pero espero que todo se solucione. De veras lo siento —me dijo.
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Su voz, la cual no escuchaba hace varios años, sonaba quebrada, algo esperanzada, como la de una niña a la que le han prometido llevar a comer un helado y aún no le cumplen. Por primera vez dejó de parecerme algo "espesa" y sí más humana, vulnerable. Sentí que si podía, debía ayudarla de alguna forma.
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— Por mí no te preocupes. ¿Pero tú estás bien? ¿Vas a volver con él?
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Mi súbito interés pareció inquietarle, pues se quedó en silencio un buen rato, balbuceando algo que no logré entender. Luego recobró su usual ánimo y me contó su historia, sin escatimar en detalles, claro. Se me fue el saldo y volví a llamarla desde mi teléfono fijo. Su historia me atrapó. Y si antes trataba de evitarla, ahora la entendía y hasta estaba de su parte, porque, ahora lo confieso, en algún momento logré entender a su enamorado.
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— Y así... Seguro te preguntarás por qué es que lo aguanto y sigo con él
—hizo una pausa que no me atreví a interrumpir—. A veces una no puede hacer nada. Puedes elegir a quién besar si quieres, pero no de quién te enamoras.

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— Claro —le volví a responder, otra vez cortante, pero no porque siguiera considerándola "espesa", ni mucho menos. Solo me quedé pensando en lo que había dicho. Esta vez, aunque quería decir algo, no encontré palabras.

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— Bueno, Eduardo, tenemos un café pendiente, no te olvides. Y gracias por escucharme.

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— No hay problema. Suerte más tarde.
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Nos dijimos unas cuantas palabras más, las cuáles fueron las últimas en mucho tiempo. Siempre tuve la intención de llamarla o mandarle un mensaje, pero algo me detenía. No pretendo decir que estaba interesado en la muchacha. No la había visto en años y una conversación por teléfono, por más inspiradora que hubiera resultado, no cambiaba las cosas. Una de las cosas que me frenaba a llamarla era el miedo a volver a esa segunda primera impresión que me había dejado. Deseaba quedarme con ese concepto de vulnerabilidad que había capturado la última vez.
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Pasó casi un mes y todo el asunto parecía reciclado en un recuerdo, hasta que un día me llegó un mensaje de texto de unas tres páginas. Así que Eduardo, acuérdate que nos debemos un café ehhh :p Te cuento, salí con él, volvimos, terminamos, otra vez volvimos... al final no sé en qué estamos jaja... bueno, ¿estás libre el viernes? Esta vez de veras te aseguro que no te arrepentirás ;) Prometo reivindicarme por lo del otro día. Llámame. Besitos.
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Ese mal crónico antes mencionado del que padecemos los hombres, ese en el que crees que cualquier cosa que te diga una muchacha es un coqueteo, volvió a florecer. La señal de alerta estaba en rojo y no auguraba nada bueno. El instinto pudo más.
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— Ajá, así que tú eliges a quién besas... —pensé. Cogí mi celular y marqué.
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Dejo esta muy buena canción. Porque, como dice su letra, todos hemos tropezado. En este link, otra versión de la misma canción que también me gusta.


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