martes, 21 de julio de 2009

Mejor que bien

Eduardo despertó aquel día con mucho frío. Parecía una mañana cualquiera, pero él sabía que no lo era. Como muchas otras veces, Eduardo se había quedado dormido a medio cambiar y con los antejos puestos. Se enderezó en su cama, puso los brazos atrás de su cabeza y vio el techo blanco de su habitación. Trató de recordar lo que había hecho exactamente la mañana de ese día hace tres años. No pudo. Su me memoria no alcanzaba para recordar la totalidad de esa fecha.

Aunque no era la mañana de un día cualquiera, Eduardo la inició con su usual rutina. Contempló un rato más el techo, esperando que la irritación de los ojos por la reciente mañana fuera desapareciendo. Se puso de pie con dificultad y se preparó el desayuno. Usualmente era el mismo: un vaso de leche, con un pan (si es que encontraba alguno). Ese día fue solo leche.

Llevó el vaso hasta su cuarto y otra vez pensó en los tres últimos años. Se habían ido en una pestañeada. Eduardo se sentó en la única silla de su cuarto. Se puso los audífonos de su ipod, casi por costumbre, y lo encendió. También prendió la computadora, casi por inercia, y, con la pantalla brillosa frente a él en la opaca mañana, quiso escribir algo. Era su día libre del trabajo y podía aprovecharlo, como nunca, al máximo. No sabía qué escribir, solo sintió el deseo de hacerlo. Más que eso, lo necesitaba. Decidió alimentar su propio espacio bloggero. Una bitácora donde se desfogaba de vez en cuando. Hace poco había publicado, pero era una ocasión especial: había conocido a alguien muy especial exactamente tres años atrás. Eduardo afinó sus dedos sobre el teclado. Listo para el nuevo desfogue y no supo qué escribir. Solo supo que debía rendirle homenaje a ese día. Entonces recordó y presionó las primeras letras de su nuevo post.


Ya habían pasado semanas, pero parecía ayer. El día empezaba como cualquier otro. Eduardo, un tipo alto, de lentes, delgado pero panzón, risueño, realista pero lleno de sueños, de mirada apagada, disgustado con la vida pero bueno, miraba el techo de su cuarto, como todas las mañanas. En un cambio brusco de escena, con un movimiento decidido, Eduardo se puso de pie. Fue a hacerse el desayuno, pero no había leche, su usual alimento matutino. Se preparó café. No le gustaba el café en la mañana. Mala suerte, pensó.

Regresó a su cuarto y se sentó en el borde de su cama. Reposó la taza de café hirviendo sobre su velador e instintivamente encendió el televisor. Eduardo apoyó sus codos sobre sus rodillas y hundió la cabeza sobre las palmas de sus manos. Pensó en la semana que había pasado. En todo y en todos. Había sido dura, pero ese día tendría algo de recompensa. Eso lo animaba. Alzó la cabeza para verificar la calentura de su café y vio lo que estaba sintonizando en ese momento la televisión. Era Al Bundy, de Matrimonio con hijos, sentado en su zapatería, con la cabeza apoyada sobre sus manos. La escena se veía bastante deprimente (por no decir patética) y a Eduardo se le retorcieron los sentimientos al notar lo familiar que resultaba. Decidió tomarlo con gracia. Coincidencias, pensó. Distraído por la televisión, bebió un largo sorbo de café. Muy tarde se dio cuenta que aún estaba hirviendo. Eduardo escupió parte de lo que había tomado. Se quemó la lengua y manchó su alfombra.

Eduardo prendió su maltrecho ipod y dio play a la música. Otra vez la canción que se reprodujo se adecuaba a cómo se sentía en esos momentos. Coincidencias, siempre había pensado. Pero esa mañana se dio cuenta que siempre se sentía igual, y siempre tenía la misma música. Decidió que era costumbre y no casualidad. Eduardo fue al gimnasio a regañadientes. Estaba lo suficientemente cansado por el trabajo de la semana como para hacer ejercicios en su día libre. Igual sabía que debía hacerlo. Solo iba dos veces por semana y estaba pagando por el mes entero. Una vez ahí, la flojera desapareció y entrenó sin prisa. Sin embargo, cuando ya estaba por salir, se dio cuenta de que no había llevado cosas para ducharse. Tuvo que regresar a casa, donde la terma continuaba malograda, para poder tomar un baño. Durante el camino de regreso, Eduardo la llamó, para verificar si de todas maneras se verían ese día. Fue afirmativa la respuesta.
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Eduardo se sentía inspirado, pero dejó de teclear. Se preguntó que estaría haciendo su amigo José Luis, gran protagonista aquel día hace tres años. Le mandó un mensaje, y nada. Lo llamó, tampoco. Al releer lo que había escrito, se acordó que ese día también debía ir al gimnasio. Prefirió no hacerlo. Quería una cerveza. Era muy temprano y no tenía. Su única compañera en ese momento era la computadora. Salió a caminar y pensar, de paso que arreglaba algunos asuntos. Tuvo el arranque de coger su celular y llamarla, pero se contuvo. Cada paso que daba, cada lugar que veía, le recordaba a ella. Parecía como si hubiera recorrido con ella gran parte de Lima. De regreso a su casa, Eduardo se sentó nuevamente frente al teclado.
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La visitaría de su casa. Antes de ir, Eduardo había quedado con unos amigos para jugar póker. Eduardo salió congelado de la ducha y almorzó cuanto pudo. Aún le dolía la lengua por el café de la mañana. Salió tarde, para variar, y caminó a la universidad, donde se reuniría con sus amigos para el daño (el póker). Pisó caca durante el trayecto. Maldijo entre dientes. Se internó en la universidad y en el baño se quito la suciedad del zapato con una de sus llaves. Lamentablemente para él, la llave que escogió para hacerlo era la del cajón de su oficina, la más pequeña y frágil de todas las que tenía. Esta se rompió. Sus amigos lo llamaron y le dijeron que vaya al frente, a uno de los cantinazos de la universidad, pues ahí se reunirían finalmente a jugar póker. Fue. Sabía que debido a su tardanza no podría jugar mucho tiempo. Habían pedido una cerveza, de la cual no pudo probar más que un trago. Justo había decidido tomar antibióticos ese día por un dolor de cabeza que asomaba como la terrible migraña que a veces lo aquejaba. Además, luego iría a verla. No podía ir oliendo a trago (otra vez). Jugó póker sin mayor fortuna. Luego de un inicio devastador, logró recuperarse, pero igual el saldo fue negativo.

Eduardo decidió tomar precauciones para no hacerse tarde. Tomó el carro que lo llevaría a su casa con una hora y media de anticipación. El viaje duraba casi una hora. Fue inútil. El carro fue veinte minutos rápido hasta que lo cogió el tráfico. Encima, el buen Eduardo tuvo que ir estrujado, pues no había ningún asiento disponible. Le puso buena cara al asunto. Vale la pena, pensó. Mientras esperaba a que el carro avanzara aunque sea unos metros, recordó que pronto sería el cumpleaños de ella. Pensó en sus cumpleaños pasados, y también, debido al tiempo que le permitía la procesión de carros, recordó que ya eran casi tres años desde que la había conocido.
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Eduardo paró de escribir un momento. Trató de recordar con exactitud cómo había sido el día aquel hace tres años. Lo recordaba solo a partir del momento en que la había conocido. Estaba en casa de José Luis, escuchando música, haciendo hora para ir a una fiesta de una amiga, cuyo cumpleaños era el 22 de ese mes. Aquel día era 21. Por eso recordaba con claridad ese día. En eso llegó ella. Iluminó la habitación y no pararon de conversar durante la velada. Tomaron, bailaron, se conocieron. Poco a poco, con el pasar del tiempo, entraron en confianza y se hicieron amigos. Tres años.
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Pensar en eso le alegró el viaje. Habían pasado casi tres años y aún podía decir que se llevaba bien con ella. No era de esas amistades que al poco tiempo desflorecen. Había estado buen rato sumido en sus pensamientos hasta que se dio cuenta que no había avanzado ni una sola cuadra. La manada de carros parecía no moverse y a Eduardo ya le dolía la espalda y los pies. Se bajó del carro dispuesto a avanzar hasta que el tráfico parezca más fluido. Obviamente, ni bien hubo pisado tierra, los carros 'decidieron' avanzar y el tráfico se despejó en algo.
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Ya era tarde y Eduardo decidió tomar un taxi. El muy bien ponderado señor taxista no tuvo mejor idea que ir por la calle congestionada que Eduardo acababa de abandonar. Tuvo que llamarla desde el taxi para decirle que se retrasaría. No contestó. Le mandó un mensaje. Al llegar, caminó la media cuadra restante a su casa, pero un perro le interrumpió el paso y le ladró. El perro estaba con cadena y era guiado por su dueño, pero Eduardo tuvo que detenerse. Le temía a los perros y encima este le ladraba a dos metros de distancia. Tuvo que dejarlo pasar, lo que alargó el tiempo de retraso.
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Eduardo llegó cansado y agobiado por el día que había tenido. Desde la mañana sabía que la vería, por lo menos eso habían acordado, y eso le había hecho mantener el ánimo. Sin embargo, ese día se sintió derrotado por el infortunio. No podía decir que era el peor día que había tenido, ni siquiera estaba cerca de serlo, pero por un momento deseó que fuera un día redondo. Un día bueno. Tocó el timbre de su casa. Hasta cuando alzó el brazo lo sintió pesado.
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Ella lo recibió con su típica dulce sonrisa. Bastó eso para mejorarle el día. Eduardo y ella salieron, conversaron, compartieron, vivieron. Siempre que estaba con ella el tiempo pasaba volando. Como cada vez que salían, la dejó en su casa. Conversaron un rato más y ella le contó lo enredado de su día. Él se ahorró el esfuerzo de contarle el suyo y evitar la tácita competencia de quien tuvo el peor día. De haberlo hecho, el de ella ganaría. Por lo menos Eduardo ya no lo creía un día malo. En ese momento, estaba bien, como el mejor de sus días. Eduardo casi no podía creer que solo tres horas antes renegaba de la vida y de su peculiar mala suerte.

Se despidieron en la puerta de su casa. Eduardo casi le dice gracias, pero luego se dio cuenta que sonaría tonto y calló. Tampoco le dijo que ya serían tres años que se conocían, ni siquiera lo recordó en ese momento. Simplemente se abrazaron y ella cruzó la reja y otra vez le regaló una enorme sonrisa. Tal vez (más que seguro), ella nunca se dio cuenta aquel día que él había tenido una pésima jornada que duró hasta su encuentro. Con cada palabra que le decía, cada mirada que le daba, hizo que Eduardo, a pesar de los improperios del día, olvidara todo. Le devolvió la sonrisa y se encaminó a su casa, con la frente en alto y sonriéndole a todo y a todos, sabiendo que todo estaba bien.
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Eduardo paró de escribir en seco. No le parecía un buen final. Había escrito durante todo el día. Se había distraído por momentos ojeando un libro y hablando por el a veces cruel Messenger. Se recostó en su cama. Le dolía la espalda por haber estado sentado frente al monitor todo el día. También tenía hambre y sueño. Había sido un día ocioso, pero a la vez productivo. Por alguna razón sintió, otra vez, que la vida le pesaba. Dieron vuelta a su cabeza muchas cosas. Sabía que al día siguiente, pocas horas después, tendría que regresar al trabajo. También pensó en los cinco gatos que leían su blog y dudó por un momento si publicar o no lo que acababa de escribir. Rodó en su cama y nuevamente contempló el techo blanco de su habitación. Ahora parecía más iluminado por las luces encendidas. Su celular se prendió de repente y se sacudió en su escritorio, donde reposaba al lado de su vaso vacío de leche. Por un momento creyó que era ella, pero estaba de viaje y no pretendía recibir un mensaje suyo. Nunca tenía muchas esperanzas. Sin embargo, el solo pensar en eso le recordó a ella. Se preguntó qué andaría haciendo y en lo que ellos habían vivido juntos. Su mente se nubló –en su mayoría- de bonitos recuerdos y supo lo que tenía que hacer. Se levantó de un saltó hacia su computadora. Era el final de su historia y de aquel día. Tecleó.
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(…) Le devolvió la sonrisa y se encaminó a su casa, con la frente en alto y sonriéndole a todo y a todos, sabiendo que todo estaba bien. Mejor que bien.
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Esta canción, Eduardo lo recuerda claramente, la escucháron aquel día hace tres años en casa de José Luis, mientras esperabán. MIentras esperaba.

13 Salados han comentado:

Anónimo dijo...

día de trabajo sentado frente a varias computadoras leyendo los blogs que gusto leer uno tuyo que tengas un buen día

Anónimo dijo...

día de trabajo sentado frente a varias computadoras leyendo los blogs que gusto leer uno tuyo que tengas un buen día

Anónimo dijo...

día de trabajo sentado frente a varias computadoras leyendo los blogs. Que gusto leer uno tuyo que tengas un buen día

Anónimo dijo...

jejeje sorry se replico el mensaje tres veces pero la idea es a xD..!!

Eduardo M. Sotelo Rodríguez dijo...

jajaja, anónimo... este... quién eres?

Chanex! dijo...

He leido el post, y en parte me siento identificada...
Así es la vida, y si fuera de otra manera, no sería vida. Finalmente, los recuerdos nos mantienen vivos, no?
Quién sabe...

Anónimo dijo...

ah sorry no me alcanzo a poner el nombre, soy Luis el conchudaso del cumple de Claudia xD (porsiacas el de arriba el anonimo U.U)

Un chico de Lima dijo...

pues todo un día super heavy...

a veces las cosas pasan así, estimado :)

Jose Luis dijo...

Un día como varios que tiene José Luis, sentado frente a computador, escuchando un partido de baseball del televisor que tiene al lado, partido de los Metz contra los Astros, nada fuera de lo común, simplemente lo entretiene. Tipea con la mano derecha mientras toma con la izquierda unos tragos de una pequeña botella de barena, su cerveza preferida. Entró a revisar los blogs conocidos y se dió cuenta de la novedad, su amigo Eduardo no acostumbraba escribir posts muy seguidos y a pesar que habían pasado 6 días del último le sorprendió. Leyó detenidamente, escuchó la canción que había colocado Eduardo unas 10 o más veces como era costumbre cuando alguna de ellas le gustaba, dió dos tragos largos de la botella de 330ml, miró dos ponches geniales de los Astros y trató de recordar que había pasado hace 3 años. Tiempos aquellos pensó, la canción la había puesto José Luis porque adora ZEN, la repitieron igual de veces como las que acababa de escuchar hoy y la cantó de igual manera. Tomó otro trago y se dió cuenta que ya no quedaba más, se paró para traer otra botella más, sonrió mirando el post de su mejor amigo y dijo en voz alta, todo lo que pasa por mi culpa jajaja pero sabes que te quiero, comenzó a caminar hacia la cocina y siguió hablando en voz alta, espero que dejes de ver tus mañanas como si fueras a encontrar siempre café sin pan, como si fueras a pisar caca cada vez que regreses a la cato, como si fueras a perder cuando te reunas con tus amigos para el daño jaja, me gustaría que pienses en que todo te va a ir bien aunque no siempre sea así, me gustaría que cuentes siempre conmigo, siempre estaré para ti, lo sabes, lo se, todos lo saben (eso es lo que más le preocupa jaja); abre el refrigerador y no hay más barena, ve dos peroni´s, saca una, busca el destapador y la abre, vuelve caminando hacia su cuarto, mira el monitor nuevamente y escucha el último minuto de la canción "Quédate", toma dos sorbos más de su bebida, se sienta, el partido está en comerciales, mira otra vez al monitor y escribe: "te quiero man, no pienses que es de cabros porque ya muchos años avalan que no lo somos, tantos momentos juntos también jaja, así que te quiero por ser como eres, por ser Educin, mi mejor amigo"

AmazonaDeep dijo...

Cumpliendo con lo prometido, aunque tarde :P ahi va mi comentario: Relato fatídico en esencia y muy visual-te alucine haciendo todo lo que mencionas ja hasta quemandote la lengua :P
... y bueno los recuerdos son lo mejor que te deja el paso por la vida, sean buenos, malos, tristes, alegres, etc...siempre te sacarán siquiera una sonrisa ínfima... pero sincera.

Nunca pierdas esa sonrisa Edu.

AmazonaDeep dijo...

...ahh me olvidaba!!este post no me mató como los pasados pero siempre es un gusto leer y releer tu blog =)

Eduardo M. Sotelo Rodríguez dijo...

No piso caca hace semanas!!

Chanex: gracias x comentar: si no fuera de los recuerdos, de qué viviríamos? gracias otra vez! :)

Yo dijo...

Se leyó muy Agosto por la tarde....

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