Se llama Andrea (digo su nombre pues ella ha dicho el mío en su Hi5). La conocí en una conferencia de prensa de un político de lentes, cachetón y fanático de canal 11. Ella estaba sentada en la penúltima fila con su libretita de apuntes. La había visto desde que entró. Chiquita, flaquita, sonriente. Pituquísima ella. Yo estaba parado al fondo. Cuando salió el político cachetón, todos los periodistas fueron hacia delante, excepto ella y yo. Me senté a tres sillas de ella, quien ya había comenzado a hacer apuntes en su libretita rosada. Luego de escuchar la aburridísima charla del cachetón por casi 20 minutos me atreví a hablarle. De qué medio eres?, pregunté. Me miró unos diez segundos con los ojos bien abiertos, como analizándome, y luego me dijo en ninguno, no soy periodista. Ah, disculpa, respondí, y hundí tanto la mirada en el piso que casi podía ver los zapatos de la persona que estaba sentada atrás mío. Pero después ella siguió hablando. Me dijo algo como que su mamá estaba entre los invitados o algo así. Como se mostró amable y me gustó su voz, le pregunté algo más, no recuerdo qué. Y así hablamos buen rato, mucho rato, en el que solo nos detuvimos para que yo pudiera enviar mi despacho a la radio.
Terminó la conferencia y tenía que ir a otra comisión. Andrea y yo conversamos un rato más. Yo con la mirada perdida en su rostro, admirándola. Debía irme y no tenía nada. Solo su nombre. No apellido ni Messenger ni correo ni teléfono. Casi resignado inicié la ceremonia de despedida. Nos dimos un beso en la mejilla, la miré por última vez, nos sonreímos y di media vuelta para emprender la partida. Y en eso escucho Eduardo! Qué bonito sonaba mi nombre con su voz. Oye, no tengo ni tu fono, a ver dámelo. Se lo di. Y para anotarlo se puso sus lentes, unos de carey parecidos a los míos pero en morados. Entonces la adoré. Tengo una debilidad para las mujeres que usan anteojos. No sé porqué me lo pidió, quizá era el primer periodista que conocía y creyó que algún día mi teléfono le sería útil. Salí del lugar flotando, pisando caca de perro y oliendo el humo de los carros sin que me importara. Me llamó a los dos días, conversamos poco, solo unos minutos. Le di mi correo, me agregó al Messenger.
Casi un mes después desde la última vez que la vi, y un poco más de dos meses después desde que la conocí, Andrea me puteó. Lo hizo por Messenger y no me dio opción a defenderme. La llamo a su celular y no responde. Le escribí un mail y nada. Yo sé porqué me puteó y me lo merecía.
Andrea, sé que fui malo contigo. Me gustaría decir que no sé el porqué de tus insultos, pero lo sé. También me gustaría decir que no los merecía, pero si los merezco. Merezco cada carita triste o molesta que colocaste en nuestra conversación en el msn.
Me arrepiento de haber sido tan perro. Disfruté cada minuto que estuve con ella. Cuando se reía de mis idioteces y mis chistes estúpidos. Cuando me escuchaba hablar del trabajo y seguramente se aburría. Que estuviera al día de todo lo que pasaba en política y deportes, y que lo discutiera conmigo. Y cuando no estaba informada sobre algún tema, me gustaba como me prestaba atención para enterarse, algo que yo nunca pude hacer cuando la cosa fue al revés. Me encantaba que me mandara sus fotos por el Messenger. También que me corrigiera cuando escribía con faltas ortográficas y me criticara por nunca poner una foto mía en el display. Me encantaba que sea tan inteligente.
La adoraba cuando se ponía los lentes solo porque a mi me gustaba como se veía con ellos. Que siempre oliera a frutas. Que siempre llevara caramelos o chicles o algún dulce en su cartera. Que me haya presentado a su mejor amiga en nuestra segunda salida. Que salga sonriendo en su foto del DNI. Que nunca (hasta ahora) me haya dicho su segundo nombre porque no le gusta, a pesar que hice de todo para que me lo dijera.
Que no me juzgara por como bailo. Que todos los días me preguntara cómo estaba. Que fuera muy madura y seria pero que tuviera cosas de niña que yo adoraba, su cuaderno de Garfield, su lapicero rosado, su llavero de un osito de peluche… Que no se burlara de mi mala suerte, sino que se riera conmigo. Que no le importara que solo saliéramos en las tardes porque en las noches me daba sueño temprano por la chamba. Que haya visto lucha libre conmigo y que le haya gustado. Que leyera mis largos mails. Que me dijera te quiero mucho…
Siento haber sido tan malo. Debí haberle dicho por qué la dejé de llamar, por qué no quise verla más. Por qué no respondía sus correos y por qué cuando lo hice le respondí fríamente, sin siquiera darle explicación. Es cierto que no puse de mi parte, Andrea. También es cierto que tengo dificultad para comprometerme. Muy cierto es también que siendo tú más joven eres mucho más madura que yo. Debí haberte dicho, Andrea, que yo también te quería pero, discúlpame, no pude quererte más.